¿Cuántas veces no te han hecho esta pregunta?
Como montañista, como aventurera, me la hacen seguido. Y el otro día, se la hice a uno de mis amigos.
Hoy te comparto la respuesta de Óscar:
"No sé explicar por qué subo montañas, no encuentro una razón... simplemente allí las cosas son sencillas. Tus necesidades y deseos son más simples: comer, beber, respirar, caminar sobre la nieve y sentir como el frío de la montaña congela tus dedos y te hace sentir que estás vivo… Allí se vive el presente, no te agobias pensando en el futuro… Ese cambio de prioridades te da perspectiva que cambia tu forma de ver la vida".
Y aunque no hay una sola respuesta, esas palabras se quedaron en mí.
Subir montañas no siempre es por deporte
A primera vista, escalar una cumbre puede parecer solo un reto físico. Y sí, claro que lo es. Pero para quienes lo hemos vivido en carne y hueso —para quienes madrugamos con la mochila lista y las botas llenas de tierra—, sabemos que hay algo mucho más profundo ahí arriba.
La montaña me da algo que ningún otro lugar me ofrece: presencia absoluta. Ese tipo de presencia donde el cuerpo y la mente no pueden estar en otro lugar. Sé que si me distraigo, puedo resbalar. Que si me pongo audífonos, puedo perder un sonido clave: una piedra suelta, un cambio en el aire, una advertencia del ambiente.
Y en esa atención plena, también llegan otras cosas.
La montaña es maestra de silencio, conexión y humildad
Es en esos ascensos largos y pausados donde he tenido las conversaciones más sinceras con mis amigos. No hay distracciones, no hay máscaras. Solo tú, el camino y quienes van contigo. Hay algo muy especial en compartir una subida, en luchar juntos contra la pendiente, el frío y el cansancio. Se forman vínculos que no se explican, se viven.
Y luego están esos ratos de silencio total… donde sólo queda uno mismo. Ahí es donde enfrentamos lo que evitamos en la ciudad. Lo que el ruido tapa. En la montaña, no puedes huir de tus pensamientos, pero puedes aprender a verlos pasar, como nubes. A veces pesan. A veces liberan.
Y por supuesto, está el reto físico, la adrenalina, esa tensión que solo existe cuando sabes que estás expuesto, vulnerable, vivo.
💡 Tip Teton: Nunca subestimes el poder de la preparación mental. Antes de una aventura larga, date unos días para desconectarte de lo digital y reconectarte contigo. Esa calma interior te será útil cuando enfrentes tu propia tormenta en la montaña. Escribe por qué subes o a mí me sirve dedicársela a alguien como a mi mamá o a mi abuela, que son personas que quiero.
Llegar a la cima, aunque no sea lo más importante
Cuando por fin alcanzas la cumbre, todo tiene sentido. La vista te deja sin aliento —y no solo por la altitud—. Ves hacia abajo y entiendes que no solo escalaste una montaña física. También conquistaste partes de ti que creías más débiles. Te das cuenta de que eres más fuerte, más capaz. Agradeces a tu cuerpo, a tus piernas, a tu mente que no se rindió.
Y aunque hay frío, cansancio, incomodidad, hambre o dolor de cabeza, también hay un sentimiento tan inmenso que se queda contigo por semanas: gratitud.
💡 Tip Teton: Cuida tus pies como si fueran tu tesoro más valioso. Un buen par de botas y calcetines adecuados pueden marcar la diferencia entre una buena experiencia y una que no quieres repetir.
Y luego… quieres volver
Sí, a veces al regresar prometo no volver a pisar una montaña en meses. Me digo que ya fue suficiente. Que mi cuerpo necesita un descanso. Pero basta un par de días de volver a ver mis fotos para que la montaña me vuelva a llamar. Y empiezo de nuevo: planeando rutas, empacando equipo, imaginando el aire frío en la cara.
Es un ciclo. Uno que muchos no entienden desde afuera. Pero si tú lo has sentido, sabes exactamente de lo que hablo.
💡 Tip Teton: Escribe una bitácora de tus salidas. No solo para recordar rutas o datos técnicos, sino para dejar constancia de lo que sentiste, de lo que descubriste en ti. A veces, releer tus propias palabras es la motivación que necesitas para decirle sí a la próxima cima.
¿Y tú? ¿Por qué subes montañas?
Tal vez no tengamos una respuesta concreta. Tal vez no la necesitemos. Porque a veces, lo que importa no es el “por qué”, sino el “cómo se siente”. Y si tú también lo has vivido, sabes qué es. Algo que se lleva dentro… y siempre te hace volver.