En un mundo tan acelerado, hacer una pausa es un acto revolucionario.
Parece fácil, pero en realidad es todo un reto. Vivimos con la agenda llena, el celular sonando y esa sensación constante de que tenemos que estar haciendo algo productivo.
A veces incluso en la montaña —nuestro refugio— caemos en esa prisa invisible.
El otro día, a las seis de la mañana, me fui con una amiga a subir el cerro para ver el amanecer. El aire estaba fresco, la ciudad todavía dormía, y cada paso nos iba llevando más arriba mientras platicábamos sobre la vida, los planes y todo lo que la semana tenía preparado para nosotras.
Caminábamos con ese paso constante que te mantiene en movimiento y te hace sentir que pronto cumplirás la meta.
Cuando por fin llegamos a la cumbre, yo sentí ese impulso automático: “Bueno, ya llegamos, hay que bajar”. Pero antes de dar un paso más, ella me detuvo.
—No, Caro.
—Hay que pausar —me dijo con una sonrisa tranquila.
Me explicó que tenía un ritual que nunca dejaba pasar: sentarse a tomar su café mientras respira y observa el amanecer con calma. Nada más. Nada menos. Sin mirar el reloj, sin pensar en lo que sigue, sin el peso de la agenda. Solo estar ahí.
Y así lo hicimos. Me senté junto a ella, y el vapor tibio del café me acarició la cara. Sentí el aroma llenarme los pulmones, mientras el cielo pasaba de un azul profundo a tonos dorados y naranjas que parecían encender las montañas. No había música, no había notificaciones, solo el sonido suave del viento y de nosotras respirando.
En medio de esa quietud, seguimos platicando. Me dijo algo que me atravesó por completo:
“Qué afortunadas somos de poder venir un miércoles a subir el cerro y darnos este espacio de calma. Sé que tienes prisa y millones de cosas que hacer, pero solo por ahora, ve lo que está a tu alrededor.”
Entonces lo vi. Vi cómo las nubes se movían lentamente, cómo el aire jugaba con las hojas, cómo la luz tocaba cada piedra y cómo mi cuerpo, después de días tensos, empezaba a soltar.
Me di cuenta de que, en la vida, no siempre se trata de llegar más rápido ni de “aprovechar el tiempo” en el sentido productivo que nos enseñaron. A veces, el verdadero aprovechamiento está en dejar que el tiempo te aproveche a ti.
Ese día, entendí que la montaña y el cerro me regalan más que vistas espectaculares: me recuerdan que la vida también está hecha de pausas. Que en esos minutos de calma, cuando no pasa “nada”, en realidad pasa todo.
Así que la próxima vez que llegues a tu “cumbre” —sea una cima real o una meta personal— antes de pensar en bajar, siéntate. Respira. Toma tu café. Mira alrededor. Y deja que ese momento te llene. Porque es ahí, en la quietud, donde todo cobra sentido.
💡 Tip Teton:La próxima vez que subas a la montaña, crea tu propio ritual de pausa. No importa si es con café, té, agua o simplemente con tu respiración. Quédate ahí, siente, observa… y luego compártelo con otros. Tal vez descubras que, más que llegar, lo importante es permanecer.
Un agradecimiento especial a Ingrid, mi amiga, que ese día me dio la lección de la pausa y los rituales.